Por Paulina Lizana @unacopacon
A medida que avanzamos en la vida hay momentos en que, aunque las cosas parezcan ir bien, experimentemos un profundo sentimiento de vacío, angustia y una creciente insatisfacción. Esto puede ser especialmente relevante durante la crisis de los 40 o la mediana edad, un fenómeno que suele darse entre los 40 y 50 años, en el que nos enfrentamos a importantes cuestionamientos y reflexiones sobre nuestro propósito y dirección en la vida.
En la mayoría de los casos, esta no tiene que ver con perdidas importantes como podría ser la muerte de algún ser querido, rupturas de pareja, pérdida del trabajo o carencias económicas. Tampoco es una depresión. Es otro tipo de conflicto, uno muy profundo que irrumpe a pesar de sentirnos realizadas en lo familiar o profesional.
Se trata de un punto crítico en la vida de muchas mujeres que se manifiesta alrededor de los 40 años, al sentir que el tiempo pasa rápidamente y hay oportunidades que van quedando atrás. Miramos al pasado y notamos que, si bien hemos logrado metas, también hemos postergado anhelos y deseos juveniles. Nos sentimos exigidas por múltiples responsabilidades, estancadas en rutinas, atrapadas en roles establecidos y nos cuesta descubrir qué cambios o decisiones tomar para enfrentar de mejor manera la segunda etapa de la vida.
Junto a ello, experimentamos cambios físicos que nos inquietan frente a la presión social relacionada con la juventud y la exigencia por mantener una apariencia joven y atractiva, aflorando inseguridades y preocupaciones acerca del envejecimiento.
La crisis se instala en nosotros en forma de malestar o incomodidad permanente y que intentamos ignorar, evadir o superar llenándonos de todo tipo de actividades. Recurrimos al deporte, viajes novedosos, meditación, mindfulness, yoga, libros de autoayuda, terapias alternativas, ansiolíticos, lo que nos ofrezcan con tal de salir de ahí. No estoy renegando de ellas, las he ocupado todas. Pero si bien éstas nos ayudan, producen una sensación de bienestar y en ocasiones alivia el dolor, no consiguen una salida definitiva.
Por otra parte, la misma sociedad nos exige mantener una actitud positiva a toda costa, lo que nos hace sentir culpables si no conseguimos salir de ese estado. ¡Como si tan solo fuera cuestión de actitud y voluntad!
¿Dónde encontrar una salida entonces? Les propongo la filosofía.
Suena extraño… ¿En qué podría ayudarnos una disciplina que solemos asociar con pensamiento complicado y teorías rebuscadas que poco tienen que ver con lo que nos pasa?
La respuesta es alentadora. Al contrario de lo que se piensa, la filosofía desde sus inicios ha reflexionado y abordado las grandes preguntas sobre la existencia, el sentido de la vida y la posibilidad de ser feliz. Por ello, es también una herramienta valiosa para enfrentar la crisis y los desafíos que se nos presentan desde una perspectiva diferente.
Desde la filosofía el diagnóstico es claro: ¡estamos experimentando una crisis existencial!
Esta crisis se presenta con mayor intensidad durante la mediana edad ya que nos percatamos que el tiempo no es infinito y que se hace indispensable volver a pensar sobre cómo queremos vivir el resto de nuestra vida. Aparecen interrogantes fundamentales como: ¿Soy feliz?, ¿Me gusta realmente lo que hago?, ¿He decidido libremente mi vida?, ¿Reconozco a la persona que soy?, ¿Hacia dónde voy?, ¿Qué sentido tiene todo esto?
El problema es que estas preguntas no tienen una respuesta evidente y nos cuesta mucho resolverlas. Principalmente porque hemos cambiado y los referentes que tuvimos en otros momentos ya no nos sirven de guía. Entonces, surge la urgencia de volver a mirarnos, reevaluar nuestros propósitos, valores, anhelos y creencias. Esto duele, es difícil y suele provocarnos ansiedad.
Diversos filósofos han reflexionado sobre estos asuntos proponiendo vías para afrontar las crisis y aprovechar su potencial transformador. Les presentaré a dos de ellos cuyas enseñanzas me parecen especialmente pertinentes ya que nos permitirán valorar de manera positiva el proceso que estamos viviendo y además tener una herramienta que facilite encontrar las ansiadas respuestas.
Hace más de 2500 años, Sócrates nos dijo que una vida digna de ser vivida es aquella que incorpora la reflexión sobre nosotros mismos. Lo que se traduce en que debemos hacer un alto y observar las creencias, dogmas y estereotipos que hemos asumidos como ciertos para poder cuestionarlos y comenzar a vivir desde un lugar conscientemente decidido, más auténtico y genuino.
“Conócete a ti mismo”, la frase que se encontraba escrita en la puerta del Oráculo de Delfos es presentada como el punto de partida para motivarnos a descubrir qué significa para cada uno tener una vida con sentido.
Sócrates nos mostró que la vía para encontrar respuestas comienza por indagar con valentía en lo más profundo de nosotros mismos. No fue un filósofo tradicional. Iba por las calles de Atenas haciendo preguntas incomodas para que las personas pudieran justificar porqué actuaban de determinada manera. Se comparó con un tábano, ese insecto molestoso que interrumpe la normalidad y nos despierta para no seguir dormidos en la inercia.
Con cierta ironía, preguntaba sin cesar para que durante la conversación fueran apareciendo las creencias y pensamientos con los que fundamentamos nuestros actos. ¡Y claro que molestaba! Ya que mientras más preguntaba, las personas comenzaban a desesperarse al darse cuenta que no podían explicar coherentemente su actuar. Muchos arrancaban de él porque sabían que los iba a llevar a ese punto ciego en que se quedaban sin palabras, poniendo en evidencia que seguían pautas o formas que nunca habían cuestionado. Como los niños, cuando nos preguntan sobre ciertas cosas que no logramos responder bien y terminamos diciéndoles porque “así es la vida no más”.
Lo que intentaba Sócrates era que pudiéramos cuestionar al máximo esas razones y que una vez que reconocieramos que ya no eran válidas para nosotros, sacáramos a la superficie una sabiduría personal capaz de motivarnos y dar sentido a nuestra existencia. Su forma de enseñar no consistió en la transmisión de un saber determinado, sino en la estimulación a fin que su dialogante fuera quien lo descubriese por sí mismo.
Podríamos decir que la propuesta socrática es una invitación a tomarnos en serio la crisis, a sostener esa incomodidad y malestar. No evadirla, ni ignorarla, sino mirarla de frente, entrar en esas sensaciones desagradables: experimentarlas, pensarlas, conversarlas, terapearlas e indagar qué nos están queriendo decir. Solo así podremos obtener de nosotros mismos las respuestas que nos lleven hacia el cambio que necesitamos. Es un camino lento y arduo, pero que nos puede conducir a una transformación profunda. Se trata de un cuestionamiento extremo para poder volver a elegir de una manera más consciente, libre y propia.
Otro aporte significativo, es el que entrega F. Nietzsche. Un filósofo provocador que nos desafía a ver las cosas siempre de otra manera, a liberarnos de ataduras y actuar con determinación para decir sí a la vida, a pesar de las situaciones complejas por las que estemos atravesando.
Una de sus más notables propuestas es la ideas del “eterno retorno”. En ella nos propone que imaginemos la siguiente situación: ¿qué pasaría si la vida que estamos viviendo ahora y la que hemos vivido, tuvieramos que vivirla de la misma manera una y mil veces y durante toda la eternidad?
Una inquietante reflexión que nos obliga a preguntarnos si desearíamos que la vida tal como la hemos vivido se repitiera exactamente una y otra vez. Si la respuesta es no, significa que hemos estado aferradas a una forma de vivir no elegida, siguiendo valores, imposiciones y pautas heredadas que asimilamos sin pensar detenidamente o por miedos adquiridos. Por tanto, ya es hora de atrevernos a realizar los cambios necesarios.
A través de esta extraña y perturbadora figura, Nietzsche nos entrega un criterio para guiar nuestros actos y decisiones. Al tener en cuenta que todo podría retornar y repetirse de la misma manera, nos impulsa a elegir con valentía únicamente aquello que deseamos que volviera eternamente.
En síntesis, la filosofía tiene una propuesta clara para afrontar la crisis existencial:
Hacer un alto en la vorágine de la vida para hacernos las preguntas difíciles e incómodas.
Propiciar momentos a solas con nosotros mismos para pensar en profundidad.
Reconocer que estamos transitando por una crisis y valorarla como una oportunidad de cambio.
Poner atención en las emociones que nos provocan malestar
Buscar ayuda en el diálogo reflexivo con otros.
Revisar y cuestionar las creencias arraigadas y que no hemos elegido.
Descubrir o crear el sentido de nuestra propia vida.
Ser valientes para ejecutar cambios que queremos.
Las invito a seguir de la mano de estos dos grandes filósofos y aprovechar la crisis de la mediana edad como un momento valioso para volver a pensar sobre nosotros mismos y descubrir cómo queremos seguir viviendo los maravillosos años de la vida que vienen.